Woody Allen lleva ya unos años declarando su amor a diversas ciudades del mundo (aunque a veces dicho amor sea declarado por encargo para fomentar el turismo en la ciudad en cuestión). Lo cierto es que viendo las imágenes de París de ‘Midnight in Paris‘ que aparecen en el vídeo de la cabecera sí podemos ver ese amor en Allen. Quizás sea por esa forma de mostrar los monumentos como por casualidad, como metidos de algo mucho más grande que es la ciudad en sí misma, a la vuelta de un edificio, cruzando un puente. O quizás por esas calles que solo tienen unos árboles y aún así son todo encanto o una terraza de una cafetería en la que un hombre mira a los transeúntes o un camarero limpia una mesa. Se nota el amor cuando se muestran las cosas pequeñas, las cosas que pasan desapercibidas al que no mira el detalle con ojos de enamorado.

En esta película Allen afronta uno de sus temas preferidos y es el deseo por aquello que no tenemos. Este tema lo ha mostrado multitud de veces, la mayoría desde un punto de vista de las relaciones amorosas. El ejemplo más claro podría ser el de la película «Conocerás al hombre de tus sueños» en el que uno de los protagonistas, casado con una bella mujer (Naomi Watts ni más ni menos), ve a diario por su ventana a una joven que vive en la casa de en frente de la que se enamora. Pero es al final, cuando ya se ha divorciado de su esposa y vive feliz con su joven enamorada cuando a través de la ventana vuelve a ver a su ahora ex-mujer inalcanzable y es a ella a quien empieza ahora a observar y a anhelar.

En la película de «Midnight in Paris» retoma este tema de querer lo que no tenemos con una fábula en la que el protagonista, un escritor de vacaciones con su prometida en París imagina lo maravilloso que sería haber residido en esa misma ciudad en la época de los años 20 junto con artistas como Dalí, Picasso o Hemingway. Cualquier tiempo pasado fue mejor y, para su sorpresa, a medianoche viaja en el tiempo a esa época en la que conoce a estos artistas y a una joven llamada Adriana que es su musa. Durante varias noches viaja de nuevo a la misma época y se distancia más del presente diurno y de su futura esposa para querer trasladarse para siempre a ese pasado glorioso junto con Adriana de la que se enamora. Una de esas noches, juntos viajan más atrás en el tiempo, al final del siglo XIX y principios del XX, la Belle Epoque, cuyos artistas Adriana admira especialmente. Y así, mientras que nuestro protagonista había decidido quedarse en los años 20 con sus artistas admirados y la bella Adriana, ésta decide quedarse en el París de principios del siglo XX donde están los que ella admira. Porque, por el simple hecho de tenerlos, de vivir en la época, de conocer muy de cerca a esos artistas de los años 20 ya no los anhela. Y así, nuestro protagonista vuelve al presente y, en este caso, la fábula termina con final feliz y moraleja: deja de desear lo que no tienes y disfruta del presente. Aunque eso sí, con un cambio de novia en el presente para que no todo sea conformismo.

Adrien Brody interpretando a Salvador Dalí en la película. Parecidos más que razonables 🙂

 

Ha habido varias ocasiones a lo largo de la historia en las que numerosos artistas han convivido en ciudades que se vuelven epicentros culturales. París y el barrio de Montmatré con Toulouse-Lautrec, Degas, Van Goth, Gaugin viviendo a escasas cuadras unos de otros o Picasso y Dalí compartiendo sus excentricidades más adelante en el mismo barrio. Todos los que pintamos y nos gusta un determinado estilo añoramos el haber podido participar de esa cultura compartida en la que los representantes de una época convivían casi juntos, participar en ese movimiento creado en un delirio alcohólico de grandeza entre esas laderas empinadas que llevan a la iglesia del Sagrado Corazón de Monmatré.